Itinerario
por Camboya (enero de 2016)
A mediados del pasado enero
empecé un largo viaje que se inició en Bangkok, donde acudí por motivos
profesionales. Como este es un país
mucho más conocido y que yo ya he recorrido de norte a sur, decidí aprovechar la
ocasión para desde ahí cruzar a Camboya y Vietnam, que eran dos asignaturas
pendientes.
Mapa del Imperio Jemer en su apogeo (siglo XII), ocupando las actuales Birmania,Tailandia, Laos y parte de Vietnam |
En el conocimiento general del
mundo Camboya evoca dos cosas: una ancestral y admirable llamada Angkor; otra
reciente y terrible llamada Pol Pot y los campos de la muerte. Nuestro itinerario de viaje coincide
afortunadamente con la cronología de los hechos. Viajo de Bangkok en un tren que sale a las
5:50h y tarda cinco horas en llegar a Poipet en la frontera camboyana. Se alquila un tok-tok (el eficiente taxi mototriciclo
omnipresente en el sudeste asiático) que te acerca unos kilómetros al paso
fronterizo, donde hay que obtener el visado de entrada al país y pasar luego
las formalidades de frontera. Luego se
camina hasta el puesto de autobuses donde se contrata un pasaje en bus de línea
para Siem Reap, distante unas cuatro horas.
Un viaje largo pero barato (menos de 15€ en total) y divertido.
I.
ANGKOR Y EL IMPERIO JEMER
Siem Reap es una ciudad de tamaño
medio que en los últimos años ha conocido un crecimiento a la fama y la
afluencia de público internacional a Angkor Wat. Es posible ahora llegar en avión y de hecho
su aeropuerto ya es el principal del país, habiendo transportado en 2015 a más
de tres millones de pasajeros. La ciudad
ha crecido paralelamente y es ahora un centro urbano pleno de hoteles de todo
tipo y nivel, con un centro alegre y animado de día y de noche en el que el
mercado tradicional alterna con otros específicos para los turistas, que también
pueblan las calles centrales repletas de bares y restaurantes. Hay incluso una célebre Pub Street de gusto y
oferta plenamente occidental. Esto da la
medida del atractivo mundial que la fiebre turística ha desatado sobre el
lugar.
Amanecer en Angkor Wat |
Y no es para menos. Angkor es un complejo monumental y
arqueológico que por sus dimensiones, ubicación y excelencia artística en
verdad no tiene rival en Asia ni quizá en el mundo. Fue la capital del poderoso Imperio Khmer,
fundado por el príncipe Tonlé Sap el año 802 (contemporáneo, pues, de
Carlomagno) y pronto extendió su dominio por todo el sudeste asiático de Birmania hasta Vietnam hasta que en 1431 fue invadido y sometido por los siameses de
Tailandia. A lo largo de esos 500 años
se edificó una ciudad inmensa que albergaba más de cien templos e innumerables
palacios, una civilización que fue posible gracias a un prodigioso dominio de
las técnicas de cultivo del arroz.. Todo
aquello fue luego abandonado y pronto sepultado por el abrazo mortal de la
jungla circundante. Angkor quedó en el
olvido hasta que en 1860 el naturalista francés Henri Mouhot la redescubrió
envuelta en la frondosidad selvática.
Como en tantas civilizaciones del pasado, las casas de madera no
resistieron el paso del tiempo pero sí la litita, piedra inmortal y felizmente
moldeable que permite so configuración escultórica. Fue otro francés, Louis Delaporte, quien
estudió, cartografió e inició la recuperación de las gloriosas ruinas, que
desde entonces han sido apreciadas como una obra cumbre del arte y la
arquitectura universales.
Bajorrelieves |
Los reyes khmer eran considerados
dioses al igual que los faraones egipcios, y su poder omnímodo e ilimitado. Los tempos reflejan ese orden de cosas. El origen de su cosmogonía es el hinduismo y
por eso los tempos se articulan como una arquitectura simbólica en torres altivas que representan el Monte Meru, morada
de los dioses. En el interior de acceso
restringido al rey y sus altos sacerdotes se albergaban las figuras, frisos,
bajorrelieves y tesoros celosamente
guardados en cámaras. El templo se
rodeaba por un muro protector, símbolo de la tierra, y un foso de agua que
simbolizaba el mar. Esa es la
estructura bien conocida de Angkor Wat, el mayor y mejor ejemplo de arte khmer,
y de otros muchos templos. En el siglo
XII el budismo reemplazó al hinduismo como nueva religión oficial, pero el
diseño básico no cambió, aunque sí se alteró predominio de la figura de Buda
sobre la rica mitología hindú. Pero Angkor es un complejo inmenso y además de
templos encontramos palacios, murallas, puentes, portales y un sinfín de
edificaciones cuya función a veces aún se nos escapa.
Portal con imagen de la sonrisa de Angkor |
Inmenso es la palabra. La zona
monumental central se extiende más de 20km de este a oeste y cinco de norte a
sur, pero hay grupos monumental de primer orden que rodean esa zona por varios
kilómetros más a la redonda. La
afluencia masiva de turismo mundial es por tanto un reto para el viajero que
busca la identificación de las ruinas bajo el concepto romántico del silencio y
la soledad. Pero esas proporciones
gigantescas ayudan a buscar el momento y el lugar fuera del mundanal ruido que
tan difícil es ya encontrar en otros parajes monumentales, como los del Nilo o de Mesoamérica, y muy
especialmente de los urbanos como Venecia, Brujas, Toledo y tantos otros que ya
han dejado se de ciudades para convertirse en parques temáticos de sí mismas. Mi suerte fue que al alojarme en el Jasmine
Lodge, un discreto albergue tan económico, su dueño el simpático Kunn me
presentó a Seyha Pen, que regenta un pequeño local adjunto al motel en el que
ofrece servicios especiales para viajeros de presupuesto limitado y que quieren
experiencias únicas e individuales. Poco
le costó convencerme de que si mi ánimo aventurero y mi condición física lo
permitía, lo ideal era ajustarme a un plan ecléctico: como el conjunto de Angkor
es inmenso, lo mejor era ajustarse a diversos modos de transporte a lo largo de
los tres días que el lugar merece.
Un ciclista embelesado con la naturaleza y el arte |
Ta Phrom |
Hacemos una pausa para reparar
fuerzas con té verde y un buen cuenco de sopa de verduras bien picante e
iniciamos el recorrido por los templos cercanos. La ventaja de ir con Sohka es que evitamos
las vías normales que los comunican, que pueden estar congestionadas como si de
tráfico de hora punta se tratara, y en su lugar nos adentramos por senderos
secretos casi imposibles que penetran el bosque denso y que muy pocos
conocen. El milagro puede operarse y
disfrutar así de un silencio en la maleza solo puntuado por el canto de pájaros
que cantan desde las alturas. El terreno
es mayoritariamente llano pero aun así hay que pedalear fuerte en algunos
trechos donde el sendero es apenas visible y debe uno irrumpir por la maleza. De hecho solo de esta manera uno puede
comprobar de qué manera el entorno selvático es parte importante del conjunto
de Angkor.
El otro gran conjunto monumental
es la antigua ciudad real de Angkor Thom, residencia real construida en el
esplendor Khmer en el siglo 12 que era en realidad la ciudadela más grande de
su tiempo (bastante mayor que cualquier ciudad amurallada medieval) y rodeada
de un inmenso foso, aunque solo albergaba los edificios del emperador y no a sus
habitantes. Contiene los restos de un
inmenso palacio y de terrazas con bajorrelieves impresionantes, pero sin duda
la parte más interesante, única y por ello más visitada es el Bayon, templo
piramidal cuya impresionante torre central de 4m de altura está coronada por
cuatro gigantescas cabezas de piedra finamente labrada que quizá sean la imagen
del emperador como un Bodhisattva (discípulo aventajado de Buda que se halla
muy próximo a la perfección de sus enseñanzas).
Ta Nei |
Y por si fuera poco en las terrazas inferiores hay 51 torres con
multitud de idénticas cabezas que miran a los cuatro puntos cardinales. La suma total de estos rostros pétreos es de
más de dos mil, todas con una enigmática expresión sonriente conocida como la
sonrisa de Angkor. Una vez más la
belleza de Angkor puede conjuntar sin problema lo gigantesco con lo
refinadamente lírico y que por ello engendra en el visitante una sensación
encontrada de admiración reflexiva. Por
si esto no bastara, apenas se trata de un anuncio de lo que viene a
continuación.
El monasterio real de Ta Phrom fue consagrado
para albergar la imagen divinizada de la Reina Madre del emperador Jayavarman
VII en 1186. Se trata de una gigantesca
ciudad conventual donde vivían miles de monjes y decenas de miles de personas a
su cuidado. Su estructura peculiar se
basa en galerías concéntricas que parecen repetir un mantra budista como un eco
convertido en arquitectura. A diferencia
de Angkor Wat, Angkor Thom y el Bayon, en Ta Prohm la labor de limpieza
arqueológica de los antropólogos franceses no ha liberado a las ruinas de la
invasión de la selva que durante siglos ha ido penetrando muros y suelo, techos
y paredes hasta sus entrañas. Y con buen
criterio, en mi opinión. Árboles y arbustos echan así sus raíces con
tal profusión y grandeza que han acabado siendo una parte importante de las
ruinas, que por tanto no se entenderían sin su presencia. Puede hablarse así de una simbiosis única y
bellísima en que el arte humano fue invadido por la naturaleza que acabó
abrazando y conformando una unión indivisible entre ambos.
Como si de gemelos siameses se tratara,
separarlos ahora sería imposible porque ambos se apoyan mutuamente en una unión
indivisible. Piedras y raíces parecen
formar una danza de formas en extremo caprichosas y casi imposibles en las que
las raíces abrazan a los sillares como pulpos arbóreos. No hay palabras para describir el efecto de
admiración estupefacta que esto despierta en el privilegiado visitante. Si en la infancia soñamos con el bosque
encantado, la sensación de embelesamiento que produce esta realidad irreal
donde la huella humana se transmuta y enriquece con el paso del tiempo hace que
la única manera posible de describirlo sería en términos poéticos.
Ensimismado por esta magia, mi guía entendió que esto era la cumbre de un proceso, por lo que decidió llevarme por senderos misteriosos hasta templos pequeños e inaccesibles al tráfico de vehículos. Frente a la masificación de los templos mayores, aquí tuve la ocasión única y privilegiada de gozar de estos lugares en solitario. De ellos sin duda el que más impresión me causó fue el de Ta Nei, que apenas aparee en los mapas arqueológicos al ser un templo pequeño y alejado, oculto en el corazón de la selva y sin carretera de acceso, donde la comunión de piedra y raíces alcanza un nivel sublime e íntimo.
Ensimismado por esta magia, mi guía entendió que esto era la cumbre de un proceso, por lo que decidió llevarme por senderos misteriosos hasta templos pequeños e inaccesibles al tráfico de vehículos. Frente a la masificación de los templos mayores, aquí tuve la ocasión única y privilegiada de gozar de estos lugares en solitario. De ellos sin duda el que más impresión me causó fue el de Ta Nei, que apenas aparee en los mapas arqueológicos al ser un templo pequeño y alejado, oculto en el corazón de la selva y sin carretera de acceso, donde la comunión de piedra y raíces alcanza un nivel sublime e íntimo.
Envuelto
en el misterio del lugar, aquí permanecí más de una hora yo solo gozando del
silencio selvático en un estado que casi podría llamar de trance estético,
contemplando esa formas imposibles sentado sobre algún sillar o paseando entre
las ruinas que tenían sabor a Borges, pues uno de sus cuentos es precisamente Las ruinas circulares, que evoca el
enigma de la selva como trasunto de la vida y el sueño. Muchas ruinas de muchos lugares y
civilizaciones he tenido la fortuna de visitar en mis viajes pero ninguna se
puede comparar a la experiencia meditativa y espiritual que me causó la belleza
extraña, misteriosa, íntima y sensual de este lugar único.
Neak Pean |
El segundo día se dedica al
llamado circuito grande, situado al noroeste de Angkor Thom. Al estar más alejado de la ciudad y tratarse
de templos sin el cobijo de la sombra, debemos dejar forzosamente la bicicleta
en favor del tok-tok o la moto de trial.
Yo prefiero la última, que permite además penetrar por estrechos
senderos fuera de la ruta principal. No
es necesario madrugar tanto, empezando el recorrido a las ocho de la
mañana. Vamos directos al tempo
principal del complejo, el monasterio budista de Preah Khan, construido en el
siglo XII por el emperador Jayavarman VII que hizo aquí su capital justo antes
de la construcción de Angkor Wat. Ambos
rivalizan en tamaño y amplitud del foso circundante, pero Preah Khan (‘espada
sagrada’) se caracteriza por una
estructura laberíntica y una enorme variedad de estilos arquitectónicos.
El recorrido nos lleva por muros interiores
que forman galerías y un sinfín de habitaciones y patios y un hermoso palacio
de muestras y espectáculos donde quizá se exhibiera la mítica espada
sagrada. Lleva un buen tiempo recorrerlo
y admirar las garudas y leones que lo escoltan por los pasadizos. De ahí continuamos a Neak Pean, Ta Som y Krol
Ko, todos ellos notables edificios con
sus peculiares características, que omitiré aquí par ano cansar al sufrido
lector. Baste decir que aunque se haga
en moto, el circuito largo lleva no menos de diez horas a ritmo normal.
Camboya es un país traumatizado que intenta superar ese difícil pasado tan reciente. Pero hacerlo con una generación perdida y ausente no es fácil. Todos los amigos de la generación de Sokha son asimismo huérfanos como él. Para entender mejor su periplo vital decidí visitar otro día en su compañía el internado donde pasó su infancia desde los ocho hasta los 17años. El complejo de escuelas y residencias fue el resultado de la iniciativa de un matrimonio australiano de pastores adventistas, a quienes llamaré Amalia y Richard porque no gustan de publicidad, que acudieron como muchos otros a la llamada de auxilio internacional en los años 80’s. El gobierno camboyano les otorgó un recinto a las afueras de Siem Reap que luego con el tiempo ellos compraron y ampliaron hasta el conjunto que hoy se alza, que incluye escuelas y residencias, laboratorio, estudio de grabación, emisora, campos de deporte y otros edificios donde viven y estudian más de trescientos niños camboyanos de ambos sexos.
Internas
cultivando el huerto del orfanato
|
Sokha (a la izquierda, con camisa azul), con su "padre" y otros internos actuales |
Mi último día en Siam Reap Sokha mis amigos decidieron tomarse el día libre y llevarme de excursión en un jeep prestado a la jungla al noreste de la ciudad. Fuimos seis en total, ya que Sokha y Seiha trajeron a sus esposas. Visitamos un templo de peregrinación situado en el centro de un parque natural, remoto y de no fácil acceso pero aun así lleno de turistas chinos y locales. Luego nos bañamos en un lago natural con una gigantesca cascada, y en sus alrededores comimos maíz tostado y frituras varias en puestos ambulantes. Compartimos la comida y el té en un ambiente de alegre camaradería, que fue el tono general de la excursión. En este parque el acceso es unidireccional por una estrecha carretera sin asfaltar, el que por la mañana se entra y a partir de las dos solo se puede salir. Antes de emprender el regreso Seyha decidió mostrarme el curso de un río donde la jungla muestra su cara más verde y dramática con árboles y ramas que se entrelazan. Seguimos un sendero precario que en el avance perdía cada vez más el perfil del camino hasta ofuscarse a veces con la vegetación predominante. Fue apenas una hora de ida y vuelta, pero la experiencia me dejó una semilla de interés y curiosidad pronta a germinar en obsesión.
Banteay Srei |
La jungla: en el horizonte, las
torres de Angkor Wat
|
Se trataba más bien de un deambular en íntima comunicación o comunión con la maleza circundante donde lo que importaba era el hecho mismo de caminar y no el de alcanzar un destino. Y así fue como tras cuatro largas jornadas de peregrinaje a ningún lugar, durmiendo y comiendo en chozas de aldeas, logré llegar a una aldea mayor, momento que me emocionó como si hubiera encontrado las Minas del Rey Salomón. Ahora que lo pienso, la película que así se llama y que tanto me emocionó en mi infancia y era quizá era subconscientemente lo que me empujaba a tan extraña empresa. Caminé por un ancho camino hacia el sur hasta encontrar una aldea de cierto calibre. Allí pude entender que no había ningún autobús en dirección a Phnom Penh, como yo deseaba, hasta el día siguiente quizá, que no pude entenderlo muy bien. En la frustración de la espera surgió un imprevisto golpe de buena suerte. Un aldeano me llevó en moto por caminos sin asfaltar hasta un embarcadero donde algún familiar o amigo, que nunca lo supe, trabajaba en las barcazas que transportan madera, carbón y otras materias. Allí negocie con el capitán de una de ellas que me permitiría embarcarme, a condición de no tomar fotos ni dar señales de vida al exterior, ya que está rigurosamente prohibido llevar pasajeros en estas barcazas de mercancías. Por eso mismo tampoco intercambiamos nombres ni documentos.
Vivienda tradicional de la jungla sobre pilotes |
Niñas jugando a las tabas |
II. THE KILLING FIELDS
Tras el ocaso del imperio Khmer,
Camboya entró en una larga etapa de decadencia y casi anonimato. Birmania y Tailandia por el oeste, Vietnam por
el este y hasta Laos por el norte cercenaron su dominio hasta los límites
actuales, que son un tercio de su antiguo territorio en el apogeo de su
imperio. En 1863 los franceses se
apoderaron del país, que mantuvieron en un régimen colonial sin grandes cambios
ni mejoras, por lo que apenas conoció un desarrollo. Tras la Segunda Guerra Mundial, la debilitada
Francia no pudo recuperar su antiguo dominio de Indochina, y a pesar de su
resistencia se vio obligada a conceder la independencia en 1953. El monarca Sihanouk, al principio reconocido
como héroe, no estuvo a la altura de las circunstancias y mantuvo siempre un
comportamiento errático que sumió al país en una perenne inestabilidad, además
de implicarlo en la vecina guerra del Vietnam que en los años 60 se había
convertido en un conflicto internacional.
Eso posibilitó que el general Lon Nol lo derrocara en un golpe de Estado
militar en 1970 con la aquiescencia de Estados Unidos que lo apoyaban como
aliado del frente anticomunista en el sudeste asiático.
Mapa del plan de Pol Pot para abandonar las
ciudades y reasentar a la población por zonas rurales |
La otra imagen universal de
Camboya tienen que ver con la historia más reciente que vino a continuación en
los años setenta y puede resumirse en un tristemente célebre nombre: Pol
Pot. Entre los déspotas criminales que el mundo ha
creado en el siglo XX, ni Stalin ni Hitler ni Mao pueden llegar a compararse
con este psicópata creador del mayor estado policial jamás concebido ni
ejecutado. Nacido en 1928 con el nombre
de Saloth Sar, hijo de buena familia y educado en París, donde estudió y se
afilió al ideario comunista, de vuelta a Camboya adoptó su famoso nombre de
guerra cuando el 1963 lideró el partido comunista de Kampuchea en su lucha contra
el régimen corrupto del presidente Lon Nol.
Pol Pot se hizo con el poder de su brazo armado, el ejército guerrillero
Khmer Rojo, compuesto mayoritariamente de campesinos jóvenes, algunos casi
niños y en buena parte analfabetos, a quienes adoctrinó en una versión fanatizada del marxismo campesino
utópico. Tras culminar su exitosa ofensiva
desde las zonas rurales con la entrada en Phnom Penh el 17 de abril de 1975,
nadie podía prever ni imaginar en sus peores pesadillas su plan político.
Centro de Detención S-21 |
La capital tenía entonces más de dos millones
de habitantes, muchos de ellos refugiados de las zonas limítrofes de Vietnam
que habían huido de los masivos bombardeos “secretos” de la aviación
norteamericana (millones de bombas, más que todas las que cayeron en la Segunda
Guerra Mundial). Al día siguiente Pol Pot ordenó a la población
de esta y de todas las ciudades del país el abandono masivo y sumario de sus
residencias. Las ciudades se
convirtieron de repente en lugares fantasma, incluso los enfermos de los
hospitales fueron desalojados a culatazos.
Millones de personas fueron obligados a iniciar largas marchas forzadas
a zonas rurales para iniciar ahí su experimento de república agraria comunista
idílica, donde la tecnología, el arte, la cultura, la medicina o el saber,
además del dinero, quedaban eliminados de un plumazo.
Desprovistos de enseres, ropas, agua, alimentos y medicinas, y sin un rumbo fijo ni plan de reasentamiento, decenas de miles murieron en el forzado éxodo en apenas unos días. Los exhaustos sobrevivientes no acabaron mejor: las familias fueron separadas por sexo y edad, y todos, niños incluidos, fueron obligados a trabajar en un régimen de esclavitud depauperada en la producción de arroz sin herramientas ni maquinaria de ningún tipo, de sol a sol, sin descanso dominical y con solo dos míseras raciones diarias de engrudo de arroz.
Desprovistos de enseres, ropas, agua, alimentos y medicinas, y sin un rumbo fijo ni plan de reasentamiento, decenas de miles murieron en el forzado éxodo en apenas unos días. Los exhaustos sobrevivientes no acabaron mejor: las familias fueron separadas por sexo y edad, y todos, niños incluidos, fueron obligados a trabajar en un régimen de esclavitud depauperada en la producción de arroz sin herramientas ni maquinaria de ningún tipo, de sol a sol, sin descanso dominical y con solo dos míseras raciones diarias de engrudo de arroz.
El hambre, las plagas y el
hacinamiento en barracones insalubres diezmó la población en un año. Por si eso no fuera bastante, La paranoia del
Hermano Uno, que veía enemigos en todos y cada uno de los habitantes del país,
y sus adláteres se ocuparon de una feroz persecución contra todo ser humano que
hubiera sido educado en cualquier oficio o profesión liberal: médicos,
ingenieros, jueces y abogados, maestros o funcionarios de cualquier nivel y
condición, así como mecánicos, comerciantes, vendedores, taxistas o
conductores, todos eran perseguidos como representantes incorregibles del
régimen burgués. En los centenares de
centros de detención repartidos por todo el país, llegaban diariamente camiones
de arrestados cuyo único delito era el de no alcanzar la pureza ideológica, o
más bien la ignorancia total, dictada por el líder máximo; todos sin excepción eran sumaria y sitemáticamente
juzgados y torturados ahí, para a continuación ser transportados y ejecutados
en los cercanos campos de la muerte.
Nadie sabe cuántos murieron, pero la cifra del millón se queda corta, y
eso en un país que entonces contaba con una población de siete millones. Si a esos les sumamos los que perecieron por
hambre, enfermedad y agotamiento surge una cifra que causa espanto y no tiene
comparación en la historia moderna mundial: ¡uno de cada cuatro camboyanos
murió en un período de tres años y ocho meses!
Y todo eso ocurrió sin que
hubiera una guerra exterior o civil que lo justificara. Fue un genocidio autóctono, consciente,
sistemático, llevado a cabo por Pol Pot y sus khmeres rojos que dominaban el
país a su antojo.
De ahí que sea obligatoria una
visita al Museo del Genocidio (Tuoi Sleng Museum), más conocido como el Centro
de Detención S-21. Se trata de un
antiguo centro educativo de enseñanza media, que como tantos otros fue cerrado
y convertido en un centro de detención, interrogatorio y juico sumarísimo en el
que miles y miles de hombre, mujeres y niños fueron sistemáticamente torturados
hasta la extenuación (algunos morían ahí mismo) para que confesaran la larga y
absurda lista previamente confeccionada por los interrogadores de crímenes
contra Angkar, el nuevo nombre del régimen criminal camboyano, que les
acarreaba ineludiblemente la pena de muerte.
Se trataba entonces de una macabra farsa teatral para condenar,
maltratar y la humillar a las víctimas hasta extremos inimaginables. El museo es hoy un apacible recinto de
edificios alrededor de un patio ajardinado que rezuma paz y serenidad y cuesta
creer que ahí imperó la locura asesina desatada.
Los Campos de la muerte (The Killing Fields). Monumento Central con algunas de los miles de calaveras exhumadas en el campo |
Fue una gran idea sin duda convertirlo en
museo donde viajeros internacionales, estudiantes o camboyanos de a pie puedan
recordar ese pasado reciente. Las
explicaciones en camboyano e inglés son pertinentes y austeras. La mayoría de las aulas están casi exentas de
mobiliario pero se han añadido fotos de víctimas, recuperadas de fichas
policiales o documentación interna del campo.
Las caras de algunos presos obviamente torturados o violados impresionan
por la mirada perdida de dolor agónico que expresan. Es una visita que emociona y conmociona de
modo que desafía las descripciones y debe uno experimentar en carne
propia. Un simple monumento recuerda en el patio a las
víctimas. En las oficinas, un atento
anciano conversa amablemente con quien quiera: se trata del único superviviente
vivo, uno de los tres o cuatro entre las decenas de miles de detenidos aquí que
escapó la muerte segura, gracias a que por su condición de artista Pol Pot lo
necesitaba para que hiciera bustos y cuadros del gran líder (otro era el único
que podía repararlas máquinas de escribir con las que se redactaban las
confesiones policiales). Su mirada
amable no esconde la tristeza que le causa el haber sido testigo de tanto
horror, y toda su fuerza y convicción la dedica a repetir con firmeza pero sin
ira que el país debe superar esos hechos pero nunca, nunca olvidarlos.
La visita al S-21 se complementa
con otra a un lugar algo más al suroeste de la ciudad llamado Choeung Ek, más
conocido como los campos de la muerte (The Killing Fields). Una vez condenados, los convoyes nocturnos de
camiones repletos de presos maniatados y con los ojos vendados eran conducidos
a este prado donde eran sistemáticamente ejecutados individualmente con golpes
a la nuca de azadas, palos u otros objetos contundentes pero nunca con
disparos, tanto para ahorrar balas como para evitar que los tiros delataran las
ejecuciones. La mayoría de los edificios
que albergaba el campo para sus fines fueron desmantelados y el lugar es hoy un
remanso de paz rodeado de campos de arroz donde uno puede pasearse y
reflexionar en silencio sobre el triste destino de tanas víctimas. En el centro a modo de monumento conmemorativo
del terror Khmer fue construida una alta torre piramidal que aloja los cráneos
de mujeres, hombre y niños exhumados de las 129 fosas comunes que se han
excavado en las inmediaciones.
El museo
anejo recuerda al visitante que este horrible lugar era tan solo una de las
4.973 fosas comunes documentadas en Camboya.
Confieso que tras mi larga visita a Auschwitz hace años pensé que nunca
ningún lugar del mundo podría compararse como ejemplo extremo de la maldad
humana, pero reconozco que la visita combinada del S-21 y los campos de la
muerte es la única experiencia universal que puede asemejarse al campo de
exterminio nazi. En el largo viaje de
vuelta a la ciudad por calles de denso y ruidoso tráfico uno apenas consigue
distraerse por el bullicio imperante, pues el efecto conmovedor de la visita
bloquea los sentidos. Ni oigo ni veo nada, solo pienso y lloro por
dentro ante tanto inexplicable horror.
Árbol donde eran ejecutados a golpes los niños y bebés arrancados a sus madres. Los visitantes cuelgan pulseras decorativas |
Recuerdo cuando la vi en Estados Unidos hace treinta años, pues había causado una enorme conmoción en todo el país, pues dio a conocer al gran público tanto ahí como en Europa los terribles acontecimientos recientes de Camboya se ignoraban por completo (los pocos y débiles rumores que llegaban de la masacre habían sido prontamente desdeñados por intelectuales de izquierda como Noam Chomski como mera propaganda capitalista para denigrar la gran revolución socialista en marcha). Junto al hostal donde me quedé en Phnom Penh hay un pequeño cine, The Flicks, que ha tenido la genial idea de programar permanentemente esta película para los viajeros, así que no pude menor de verla de nuevo esa misma tarde como colofón de las visitas a los escenarios de la masacre. Buena idea, sin duda, pues la película, basada en la experiencia de personas reales, no ha perdido vigencia ni fuerza emotiva y dramática gracias a unas imágenes impactantes y creíbles que huyen del panfleto y el efectismo y explican muy bien el contexto político, ideológico y militar del conflicto. Al terminar comparto unas cervezas con unos jóvenes australianos muy impactados por lo que habían visto ahí, pues como tantos de su generación apenas sabían nada de los campos de la muerte antes de su visita a Camboya.
III.
CAMBOYA HOY
Centro de Phnom Penh
|
Visto el profundo dolor, miseria
y muerte que constituye el legado del breve período de Pol Pot, uno no puede
más que sorprenderse y elogiar la capacidad de los camboyanos para reconstruir
su existencia como país. Es punto menos
que milagroso el que una sociedad de huérfanos haya podido resurgir de sus
cenizas, porque los males de Camboya distaban de acabarse. Pol Pot fue obligado a retirarse a las
montañas Cardamon, donde reconstituyó su guerrilla lo suficiente para resistir
el último asalto, ayudado siempre por China e incluso por Tailandia, receloso
del poder vietnamita. Los invasores por
su parte, formaron un gobierno títere dirigido por Heng Samrin, un antiguo
dirigente jemer y se establecieron como una fuerza de ocupación permanente para
garantizar la paz. Pero la sufrida
población camboyana vivió una década más de caos político y nuevos
enfrentamientos militares, ya que varios grupos autodenominados de liberación
nacional de diverso signo compitieron y lucharon entre sí mientras la comunidad
internacional presionaba por la retirada de los vietnamitas. Gracias al giro político de Gorbachev en la
Unión Soviética, que siempre antes había siempre apoyado a Vietnam, las tropas
de ocupación se retiraron en 1989, intensificándose las conversaciones de paz. Estas dieron fruto al fin en 1991 con la
firma del Acuerdo de París en 1991 por las cuatro facciones. Se dio término así a nada menos que quince
años de guerra civil y diez de enfrentamiento gracias a la presencia del mayor
contingente jamás reunido de Cascos Azules de la ONU. Pero la situación distó mucho de
estabilizarse a pesar del regreso del rey Sihanouk y la celebración de las
primeras elecciones. Las agudas
trifulcas políticas y la corrupción generalizada continuaron y hasta empeoraron
mientras la población sobrevivía por propia iniciativa y gracias a la ayuda de
agencias internacionales y oenegés que acudieron en su auxilio. Hasta los diezmados jemeres rojos amenazaban
aún con continuar su guerra de guerrillas para acabar con el régimen
democrático, en el que una débil coalición era sistemáticamente boicoteada por
los dos partidos políticos rivales que la integraban.
Un triste panorama. El afianzamiento de un débil sistema solo formalmente democrático nunca fue una realidad, ya que como en la Rusia de Putin un hombre tiende a dominarlo todo. Desde el principio sobresalió un personaje inclasificable, Hun Sen, antiguo jemer rojo y luego su enemigo, que se convirtió desde su base de líder del partido CCB en el hombre fuerte de Camboya. Su compleja trayectoria política, que empezó como ministro del gobierno títere instalado por los invasores vietnamitas, pasó luego por su golpe de estado en 1997 y posteriormente su triunfo en las elecciones hasta el día de hoy, de modo que ha dominado la política del país por treinta años, un récord en el sudeste asiático. Su gobierno ha sido acusado de corrupción en la venta de activos a inversores extranjeros, un proceso intensificado a partir del 2007, y en la falta de programas sociales y educativos, además de carencias claras de infraestructuras. Por otra parte, como experto manipulador de sus seguidores, que no son pocos, muy especialmente en el mundo rural, ha sabido realzar su figura como el hombre que ha dado estabilidad por fin a un país exhausto de guerras y conflictos sin fin, y por ello ha conseguido siempre mantenerse en el poder hasta el día de hoy. Es incierto lo que pronto será del país cuando Hun Sen deje la escena, ya que las instituciones y la administración, empezando por la policía, son notoriamente débiles, ineficaces y corruptas. Nuevamente creo que es apto el símil con la Rusia de Putin, aunque cierto es que el camboyano ha permitido más espacio a sus opositores que el omnímodo e implacable líder ruso.
Un triste panorama. El afianzamiento de un débil sistema solo formalmente democrático nunca fue una realidad, ya que como en la Rusia de Putin un hombre tiende a dominarlo todo. Desde el principio sobresalió un personaje inclasificable, Hun Sen, antiguo jemer rojo y luego su enemigo, que se convirtió desde su base de líder del partido CCB en el hombre fuerte de Camboya. Su compleja trayectoria política, que empezó como ministro del gobierno títere instalado por los invasores vietnamitas, pasó luego por su golpe de estado en 1997 y posteriormente su triunfo en las elecciones hasta el día de hoy, de modo que ha dominado la política del país por treinta años, un récord en el sudeste asiático. Su gobierno ha sido acusado de corrupción en la venta de activos a inversores extranjeros, un proceso intensificado a partir del 2007, y en la falta de programas sociales y educativos, además de carencias claras de infraestructuras. Por otra parte, como experto manipulador de sus seguidores, que no son pocos, muy especialmente en el mundo rural, ha sabido realzar su figura como el hombre que ha dado estabilidad por fin a un país exhausto de guerras y conflictos sin fin, y por ello ha conseguido siempre mantenerse en el poder hasta el día de hoy. Es incierto lo que pronto será del país cuando Hun Sen deje la escena, ya que las instituciones y la administración, empezando por la policía, son notoriamente débiles, ineficaces y corruptas. Nuevamente creo que es apto el símil con la Rusia de Putin, aunque cierto es que el camboyano ha permitido más espacio a sus opositores que el omnímodo e implacable líder ruso.
Phnom Penh es hoy una ciudad
reconstruida y vibrante, sin duda pobre y con notorias carencias evidentes (la
calidad de la salud pública y la educación son notoriamente deficientes),
dominada por un partido único ejemplifica la corrupción reinante. Pero el tráfico de sus calles y la
construcción omnipresente de edificios de todo tipo y color atestiguan que el
nivel de vida ha superado exitosamente la miseria que imperaba hace apenas unos
años con niños y mendigos omnipresentes que han desaparecido en los últimos
años. Tuve ocasión de pasearme por el
centro y otros barrios durante varios días, conocer a sus gentes y tomar nota
de una incipiente clase media que ya no debe preocuparse por las necesidades
materiales básicas. Los mercados abundan
y ofrecen una rica variedad de productos, y en las tiendas puede encontrarse
una oferta creciente de productos tanto nacionales como importados donde la
moneda local aún no puede competir con el potente dólar americano. A esto sin duda han contribuido una enorme
variedad de agencias internacionales, tanto gubernamentales como privadas y
oenegés que han contribuido en gran manera a suplir los maestros, burócratas,
médicos y demás profesionales que necesitaba el país para superar la generación
perdida. Pocas o ninguna, por cierto,
españolas, pues si alguna hay no tuve la fortuna de verla. Camboya sigue siendo un país eminentemente
rural, pero el turismo y las fábricas de confección textil han dado empleo a
las crecientes oleadas de campesinos que se han mudado a la ciudad.
Los hombres miran por TV desde la
terraza
de un café los populares combates de boxeo
camboyano el sábado por la
mañana
|
Museo Nacional de Camboya. Patio interior |
Tras unos días en Phnom Penh dejo
la ciudad y en autobús local me dirijo al sureste en dirección a Ho Chi Mingh
City, la antigua Saigón. La carretera
siempre en obras permite un tráfico lento y con paradas frecuentes que invita a
la reflexión. Con todos sus problemas y su atraso económico, cabe concluir que
en el fondo es un milagro o una proeza que este país tan castigado por la
iniquidad de una banda de ideólogos criminales haya podido sobrevivir.
Por el camino lleno de baches me
permito una última reflexión. Camboya,
como España con su guerra civil, Sudáfrica con el Apartheid, Chile, Argentina y
otros tantos países de América y Africa y hasta Europa con sus recientes
dictaduras, ha tenido que lidiar con el problema de su memoria histórica. El dilema siempre es el mismo: ¿conviene
olvidar, pasar página (como se hizo en la transición española y ahora se
critica) en pro de construir un futuro libre de revanchas, o bien hay que hacer
hincapié en la justicia e investigar mediante comisiones de la verdad los daños
para resarcir a las víctimas de su dolor?
Como en tantos otros países, Camboya eligió primero el olvido, dada la
penosa y precaria situación económica y política del país, a pesar de que eso
supuso que antiguos dirigentes jemeres se habían reciclado impunemente como
políticos de nuevo cuño. Además el país
no estaba definitivamente estabilizado, ya que Pol Pot huyó a refugiarse en la
selva de donde una vez vino y allí consiguió resistir durante años, hasta morir
en penosas circunstancias, ya que al final fueron sus propias tropas
guerrilleras las que lo mantuvieron preso y quizá acabaran por matarlo en abril
de 1998. La política de borrón y cuenta
nueva tuvo su capítulo más oscuro poco antes de la muerte de gran líder en el
caso de Ien Seng, el antiguo “hermano número dos” y mano derecha de Pol
Pot. En 1996 anunció desde la jungla que
había roto con su jefe y se entregaba con sus cinco mil tropas a las
autoridades a cambio de un perdón que no tardó en llegar. Aseguró en su defensa improbable que nunca
tuvo nada que ver con las atrocidades del régimen (ser su vicepresidente le
daba poco acceso al mando, al parecer.
Curiosamente, ¡la misma argumentación de Goehring en el juicio de
Nuremberg!). Sus crímenes fueron
olvidados por la conveniencia política de su rendición, un capítulo que sin
duda conocen bien en la actual Colombia, donde la rendición de las FARC se
negocia en parecidos términos.
Esculturas jemer |
Camboya, el antiguo imperio jemer
conoció la gloria; luego vino la mediocridad y la sumisión colonial a los
franceses,, seguida de la guerra y la destrucción masiva. Hoy el país se levanta y aspira solo a ser un
país normal, como esa aspiración a la mediocritas
aurea del poeta Horacio. Han sido unas
semanas de belleza histórica inigualable y de historias trágicas: la vida en todas
sus caras y aristas. Al final del camino junto al puesto fronterizo
veo dos grandes carteles sucesivos: Thank you for visiting Cambodia y algo
más adelante Welcome to Vietnam.
Angel Delgado
Barcelona, abril de 2016
Atardecer en los campos de arroz en el noroeste de Camboya al final del invierno |
No comments:
Post a Comment