Wednesday, April 27, 2016

Camboya

Itinerario por Camboya (enero de 2016)

A mediados del pasado enero empecé un largo viaje que se inició en Bangkok, donde acudí por motivos profesionales.  Como este es un país mucho más conocido y que yo ya he recorrido de norte a sur, decidí aprovechar la ocasión para desde ahí cruzar a Camboya y Vietnam, que eran dos asignaturas pendientes.

Mapa del Imperio Jemer en su apogeo
(siglo XII), ocupando las actuales

Birmania,Tailandia, Laos 
y parte de Vietnam
En el conocimiento general del mundo Camboya evoca dos cosas: una ancestral y admirable llamada Angkor; otra reciente y terrible llamada Pol Pot y los campos de la muerte.   Nuestro itinerario de viaje coincide afortunadamente con la cronología de los hechos.  Viajo de Bangkok en un tren que sale a las 5:50h y tarda cinco horas en llegar a Poipet en la frontera camboyana.  Se alquila un tok-tok (el eficiente taxi mototriciclo omnipresente en el sudeste asiático) que te acerca unos kilómetros al paso fronterizo, donde hay que obtener el visado de entrada al país y pasar luego las formalidades de frontera.  Luego se camina hasta el puesto de autobuses donde se contrata un pasaje en bus de línea para Siem Reap, distante unas cuatro horas.   Un viaje largo pero barato (menos de 15€ en total) y divertido. 

I. ANGKOR Y EL IMPERIO JEMER

Siem Reap es una ciudad de tamaño medio que en los últimos años ha conocido un crecimiento a la fama y la afluencia de público internacional a Angkor Wat.  Es posible ahora llegar en avión y de hecho su aeropuerto ya es el principal del país, habiendo transportado en 2015 a más de tres millones de pasajeros.  La ciudad ha crecido paralelamente y es ahora un centro urbano pleno de hoteles de todo tipo y nivel, con un centro alegre y animado de día y de noche en el que el mercado tradicional alterna con otros específicos para los turistas, que también pueblan las calles centrales repletas de bares y restaurantes.  Hay incluso una célebre Pub Street de gusto y oferta plenamente occidental.  Esto da la medida del atractivo mundial que la fiebre turística ha desatado sobre el lugar.  

Amanecer en Angkor Wat
Y no es para menos.  Angkor es un complejo monumental y arqueológico que por sus dimensiones, ubicación y excelencia artística en verdad no tiene rival en Asia ni quizá en el mundo.  Fue la capital del poderoso Imperio Khmer, fundado por el príncipe Tonlé Sap el año 802 (contemporáneo, pues, de Carlomagno) y pronto extendió su dominio por todo el sudeste asiático de Birmania hasta Vietnam hasta que en 1431 fue invadido y sometido por los siameses de Tailandia.  A lo largo de esos 500 años se edificó una ciudad inmensa que albergaba más de cien templos e innumerables palacios, una civilización que fue posible gracias a un prodigioso dominio de las técnicas de cultivo del arroz..  Todo aquello fue luego abandonado y pronto sepultado por el abrazo mortal de la jungla circundante.  Angkor quedó en el olvido hasta que en 1860 el naturalista francés Henri Mouhot la redescubrió envuelta en la frondosidad selvática.  Como en tantas civilizaciones del pasado, las casas de madera no resistieron el paso del tiempo pero sí la litita, piedra inmortal y felizmente moldeable que permite so configuración escultórica.  Fue otro francés, Louis Delaporte, quien estudió, cartografió e inició la recuperación de las gloriosas ruinas, que desde entonces han sido apreciadas como una obra cumbre del arte y la arquitectura universales.

Bajorrelieves
Los reyes khmer eran considerados dioses al igual que los faraones egipcios, y su poder omnímodo e ilimitado.  Los tempos reflejan ese orden de cosas.  El origen de su cosmogonía es el hinduismo y por eso los tempos se articulan como una arquitectura simbólica en torres  altivas que representan el Monte Meru, morada de los dioses.  En el interior de acceso restringido al rey y sus altos sacerdotes se albergaban las figuras, frisos, bajorrelieves y tesoros  celosamente guardados en cámaras.  El templo se rodeaba por un muro protector, símbolo de la tierra, y un foso de agua que simbolizaba el mar.   Esa es la estructura bien conocida de Angkor Wat, el mayor y mejor ejemplo de arte khmer, y de otros muchos templos.  En el siglo XII el budismo reemplazó al hinduismo como nueva religión oficial, pero el diseño básico no cambió, aunque sí se alteró predominio de la figura de Buda sobre la rica mitología hindú. Pero Angkor es un complejo inmenso y además de templos encontramos palacios, murallas, puentes, portales y un sinfín de edificaciones cuya función a veces aún se nos escapa. 

Portal con imagen de la 
sonrisa de Angkor
Inmenso es la palabra. La zona monumental central se extiende más de 20km de este a oeste y cinco de norte a sur, pero hay grupos monumental de primer orden que rodean esa zona por varios kilómetros más a la redonda.  La afluencia masiva de turismo mundial es por tanto un reto para el viajero que busca la identificación de las ruinas bajo el concepto romántico del silencio y la soledad.   Pero esas proporciones gigantescas ayudan a buscar el momento y el lugar fuera del mundanal ruido que tan difícil es ya encontrar en otros parajes monumentales,  como los del Nilo o de Mesoamérica, y muy especialmente de los urbanos como Venecia, Brujas, Toledo y tantos otros que ya han dejado se de ciudades para convertirse en parques temáticos de sí mismas.  Mi suerte fue que al alojarme en el Jasmine Lodge, un discreto albergue tan económico, su dueño el simpático Kunn me presentó a Seyha Pen, que regenta un pequeño local adjunto al motel en el que ofrece servicios especiales para viajeros de presupuesto limitado y que quieren experiencias únicas e individuales.  Poco le costó convencerme de que si mi ánimo aventurero y mi condición física lo permitía, lo ideal era ajustarme a un plan ecléctico: como el conjunto de Angkor es inmenso, lo mejor era ajustarse a diversos modos de transporte a lo largo de los tres días que el lugar merece.

Un ciclista embelesado 
con la naturaleza y el arte
El primer día el recorrido es en bicicleta de montaña, guiado por el joven Sohka.  Partimos a las 4:30h de la mañana, todavía noche fría, para pedalear durante media hora y llegar a tiempo para situarnos junto a la orilla del lago que refleja el perfil de Angkor Wat al amanecer.  Ver dibujarse al alba mientras el sol ilumina el conjunto progresivamente por sus espalda es una vista, o mejor dicho un proceso, realmente excepcional y de aires mágicos, motivo por la que allí se congregan buen número de turistas madrugadores que en su mayoría acuden con al recinto con coche, autobuses y tok-tok.  El extraño y mixto gentío mañanero no fue problema, especialmente para lo que vino después.  Angkor Wat es el mayor tempo del mundo: el foso exterior tiene más de 5km de largo por 190m. de ancho, dimensiones más propias de una ciudad  y por tanto hay sitio para todos, especialmente si uno como conoce bien las pautas de los turistas en grupo para saber evitarlos.  Las modernas restauraciones de los últimos veinte años permiten disfrutar los detalles de este recinto sin igual.  La belleza, sutileza y magnificencia de los bajorrelieves en piedra que recorren los cuatro lados (inevitablemente otra vez hay que recurrir a esto de “el mayor del mundo”) ya merecen una visita detallada y admirativa por sí sola. 


Ta Phrom
Los turistas suelen ir a desayunar tras el amanecer, lo que uno aprovecha para visitar casi en solitario y admirar estas increíbles escenas donde se ilustran con una exuberancia compositiva y rigor de ejecución brillantes las historias épicas hindúes del Ramayana y el Mahabbarata y las leyendas del dios creador Vishnú.  En el interior del recinto las terrazas elevadas sostienen las torres en niveles crecientes hasta llegar a la torre principal, que con sus 55m de altitud sobre el exterior del tempo ofrece una vista del recinto en su conjunto y de la jungla que la rodea siempre amenazante.  Con el rocío la neblina de las primeras horas del día tal parece que la selva se dispone a reclamar el territorio sagrado que en su interior alberga ese enorme esfuerzo humano de piedra altivamente implantado en el corazón de un denso océano arbóreo.


Hacemos una pausa para reparar fuerzas con té verde y un buen cuenco de sopa de verduras bien picante e iniciamos el recorrido por los templos cercanos.  La ventaja de ir con Sohka es que evitamos las vías normales que los comunican, que pueden estar congestionadas como si de tráfico de hora punta se tratara, y en su lugar nos adentramos por senderos secretos casi imposibles que penetran el bosque denso y que muy pocos conocen.  El milagro puede operarse y disfrutar así de un silencio en la maleza solo puntuado por el canto de pájaros que cantan desde las alturas.  El terreno es mayoritariamente llano pero aun así hay que pedalear fuerte en algunos trechos donde el sendero es apenas visible y debe uno irrumpir por la maleza.   De hecho solo de esta manera uno puede comprobar de qué manera el entorno selvático es parte importante del conjunto de Angkor.

El otro gran conjunto monumental es la antigua ciudad real de Angkor Thom, residencia real construida en el esplendor Khmer en el siglo 12 que era en realidad la ciudadela más grande de su tiempo (bastante mayor que cualquier ciudad amurallada medieval) y rodeada de un inmenso foso, aunque solo albergaba los edificios del emperador y no a sus habitantes.  Contiene los restos de un inmenso palacio y de terrazas con bajorrelieves impresionantes, pero sin duda la parte más interesante, única y por ello más visitada es el Bayon, templo piramidal cuya impresionante torre central de 4m de altura está coronada por cuatro gigantescas cabezas de piedra finamente labrada que quizá sean la imagen del emperador como un Bodhisattva (discípulo aventajado de Buda que se halla muy próximo a la perfección de sus enseñanzas).  

Ta Nei
Y por si fuera poco en las terrazas inferiores hay 51 torres con multitud de idénticas cabezas que miran a los cuatro puntos cardinales.   La suma total de estos rostros pétreos es de más de dos mil, todas con una enigmática expresión sonriente conocida como la sonrisa de Angkor.  Una vez más la belleza de Angkor puede conjuntar sin problema lo gigantesco con lo refinadamente lírico y que por ello engendra en el visitante una sensación encontrada de admiración reflexiva.  Por si esto no bastara, apenas se trata de un anuncio de lo que viene a continuación.

El monasterio real de Ta Phrom fue consagrado para albergar la imagen divinizada de la Reina Madre del emperador Jayavarman VII en 1186.  Se trata de una gigantesca ciudad conventual donde vivían miles de monjes y decenas de miles de personas a su cuidado.   Su estructura peculiar se basa en galerías concéntricas que parecen repetir un mantra budista como un eco convertido en arquitectura.  A diferencia de Angkor Wat, Angkor Thom y el Bayon, en Ta Prohm la labor de limpieza arqueológica de los antropólogos franceses no ha liberado a las ruinas de la invasión de la selva que durante siglos ha ido penetrando muros y suelo, techos y paredes hasta sus entrañas.  Y con buen criterio, en  mi opinión.  Árboles y arbustos echan así sus raíces con tal profusión y grandeza que han acabado siendo una parte importante de las ruinas, que por tanto no se entenderían sin su presencia.  Puede hablarse así de una simbiosis única y bellísima en que el arte humano fue invadido por la naturaleza que acabó abrazando y conformando una unión  indivisible entre ambos.  


Como si de gemelos siameses se tratara, separarlos ahora sería imposible porque ambos se apoyan mutuamente en una unión indivisible.  Piedras y raíces parecen formar una danza de formas en extremo caprichosas y casi imposibles en las que las raíces abrazan a los sillares como pulpos arbóreos.  No hay palabras para describir el efecto de admiración estupefacta que esto despierta en el privilegiado visitante.  Si en la infancia soñamos con el bosque encantado, la sensación de embelesamiento que produce esta realidad irreal donde la huella humana se transmuta y enriquece con el paso del tiempo hace que la única manera posible de describirlo sería en términos poéticos.

Ensimismado por esta magia, mi guía entendió que esto era la cumbre de un proceso, por lo que decidió llevarme por senderos misteriosos hasta templos pequeños e inaccesibles al tráfico de vehículos.  Frente a la masificación de los templos mayores, aquí tuve la ocasión única y privilegiada de gozar de estos lugares en solitario.  De ellos sin duda el que más impresión me causó fue el de Ta Nei, que apenas aparee en los mapas arqueológicos al ser un templo pequeño y alejado, oculto en el corazón de la selva y sin carretera de acceso, donde la comunión de piedra y raíces alcanza un nivel sublime e íntimo.  

Envuelto en el misterio del lugar, aquí permanecí más de una hora yo solo gozando del silencio selvático en un estado que casi podría llamar de trance estético, contemplando esa formas imposibles sentado sobre algún sillar o paseando entre las ruinas que tenían sabor a Borges, pues uno de sus cuentos es precisamente Las ruinas circulares, que evoca el enigma de la selva como trasunto de la vida y el sueño.  Muchas ruinas de muchos lugares y civilizaciones he tenido la fortuna de visitar en mis viajes pero ninguna se puede comparar a la experiencia meditativa y espiritual que me causó la belleza extraña, misteriosa, íntima y sensual de este lugar único.
El día se había hecho largo tras más de catorce horas en pie y pedaleando sin descanso, y apenas con algún parada ocasional para saciar la sed con una refrescante agua de coco.  Tras la experiencia de Ta Nei convenía pues el retorno, que supone aún otros veinte kilómetros.  Una jornada agotadora que terminó al atardecer con un buen baño reparador en la piscina de un hotel vecino y unos fideos picantes en el restaurante popular junto a la carretera del aeropuerto.  Un día inolvidable e inolvidado.

Neak Pean
El segundo día se dedica al llamado circuito grande, situado al noroeste de Angkor Thom.  Al estar más alejado de la ciudad y tratarse de templos sin el cobijo de la sombra, debemos dejar forzosamente la bicicleta en favor del tok-tok o la moto de trial.  Yo prefiero la última, que permite además penetrar por estrechos senderos fuera de la ruta principal.  No es necesario madrugar tanto, empezando el recorrido a las ocho de la mañana.  Vamos directos al tempo principal del complejo, el monasterio budista de Preah Khan, construido en el siglo XII por el emperador Jayavarman VII que hizo aquí su capital justo antes de la construcción de Angkor Wat.  Ambos rivalizan en tamaño y amplitud del foso circundante, pero Preah Khan (‘espada sagrada’)  se caracteriza por una estructura laberíntica y una enorme variedad de estilos arquitectónicos.  

El recorrido nos lleva por muros interiores que forman galerías y un sinfín de habitaciones y patios y un hermoso palacio de muestras y espectáculos donde quizá se exhibiera la mítica espada sagrada.  Lleva un buen tiempo recorrerlo y admirar las garudas y leones que lo escoltan por los pasadizos.  De ahí continuamos a Neak Pean, Ta Som y Krol Ko,  todos ellos notables edificios con sus peculiares características, que omitiré aquí par ano cansar al sufrido lector.  Baste decir que aunque se haga en moto, el circuito largo lleva no menos de diez horas a ritmo normal.

Camboya es un país traumatizado que intenta superar ese difícil pasado tan reciente.  Pero hacerlo con una generación perdida y ausente no es fácil.  Todos los amigos de la generación de Sokha son asimismo huérfanos como él.  Para entender mejor su periplo vital decidí visitar otro día en su compañía el internado donde pasó su infancia desde los ocho hasta los 17años.  El complejo de escuelas y residencias fue el resultado de la iniciativa de un matrimonio australiano de pastores adventistas, a quienes llamaré Amalia y Richard porque no gustan de publicidad, que acudieron como muchos otros a la llamada de auxilio internacional en los años 80’s.  El gobierno camboyano les otorgó un recinto a las afueras de Siem Reap que luego con el tiempo ellos compraron y ampliaron hasta el conjunto que hoy se alza, que incluye escuelas y residencias, laboratorio, estudio de grabación, emisora, campos de deporte y otros edificios donde viven y estudian más de trescientos niños camboyanos de ambos sexos.

Internas cultivando el huerto del orfanato
Los profesores son en su mayoría jóvenes  graduados de la misma escuela que se han quedado para ejercer la docencia y allí viven y trabajan.  A ellos refuerzan unos jóvenes de Australia y otros países que pasan al menos un año como maestros voluntarios, a cambio solo de cama y comida.  Conocí a la directora, Amalia, mujer de arraigadas creencias religiosas que reafirma su convicción que su ejemplar obra no es mérito suyo sino exclusivamente del Creador que les guía.  Me contó las enormes trabas y peripecias que han tenido que sortear para sacar adelante el proyecto, financiado exclusivamente con aportaciones de las comunidades afines de Australia.  Sokha me condujo después por todo el recinto y en la residencia donde vivió tantos años tuvo un emotivo encuentro con el encargado del edificio, al que él y los niños allí presentes, algunos huérfanos como él pero afortunadamente ya no todos.


Sokha (a la izquierda, con camisa azul),
con su "padre" y otros internos actuales
Lo llama con cariño y respeto “padre” y le visita periódicamente.  Sokha se graduó hace tres años, empezó a trabajar como guía de turismo cultural y hace un año se casó con una chica que también provenía de la misma escuela y trabaja ahora de secretaria en unas oficinas.  En los rostros de ambos no hay amargura ni resentimiento, pero su eterna sonrisa se esconde siempre un recodo de tristeza.  Nunca hablan del pasado en términos de tragedia, como si quisieran concentrarse en el futuro que se abre ante ellos.  La vida poco a poco parece recuperar el ritmo de la normalidad perdida.  Al término de esa  jornada en Siem Reap fuimos a cenar en la modesta casa familiar de Seyha, el único que ha conservado milagrosamente a sus padres, seguramente porque eran campesinos muy humildes y analfabetos.  Ellos también apenas se refieren al pasado, y siempre sin rencor pero con un aire de contenida pesadumbre.  Comemos arroz y un sabroso guiso de verduras picantes, y se muestran genuinamente honrados de que visitemos su modesta casa en el campo a las afueras de la ciudad rodeados de arrozales.  En esta tarde nos acompaña Andy, un aventurero abogado, amigo de Seyha, que recorre Camboya en bicicleta y que esta noche pernoctará en la casa de campo.

Mi último día en Siam Reap Sokha mis amigos decidieron tomarse el día libre y llevarme de excursión en un jeep prestado a la jungla al noreste de la ciudad.  Fuimos seis en total, ya que Sokha y Seiha trajeron a sus esposas.  Visitamos un templo de peregrinación situado en el centro de un parque natural,  remoto y de no fácil acceso pero aun así lleno de turistas chinos y locales.  Luego nos bañamos en un lago natural con una gigantesca cascada, y en sus alrededores comimos maíz tostado y frituras varias en puestos ambulantes.  Compartimos la comida y el té en un ambiente de alegre camaradería, que fue el tono general de la excursión.  En este parque el acceso es unidireccional por una estrecha carretera sin asfaltar, el que por la mañana se entra y a partir de las dos solo se puede salir.  Antes de emprender el regreso Seyha decidió mostrarme el curso de un río donde la jungla muestra su cara más verde y dramática con árboles y ramas que se entrelazan.  Seguimos un sendero precario que en el avance perdía cada vez más el perfil del camino hasta ofuscarse a veces con la vegetación predominante.  Fue apenas una hora de ida y vuelta, pero la experiencia me dejó una semilla de interés y curiosidad pronta a germinar en obsesión.

Banteay Srei
Al regreso la expedición nos detuvimos dos horas a media tarde para que yo visitara el famoso templo de Banteay Srei, dedicado al dios hindú Shiva y construido a fines del siglo X.  Al estar mucho más alejado del núcleo central, 25km. al noroeste, es sin duda menos conocido que los otros alrededor de Angkor Wat, pero quizá por eso se ha conservado muy bien y ciertamente merece la pena el esfuerzo de llegarse a él, pues resulta de una belleza rara y sensual, más lírica si se me permite la comparación.  Fue el último delos grandes templo del área de Angkor en ser descubierto, pues hasta 1914 estaba enterrado en la jungla y nadie sabía de su existencia.  La leyenda dice que fue construido íntegramente por manos femeninas, y de ahí que sea conocido como la Ciudad de las Mujeres. En cualquier caso es más pequeño que lo normal, el material usado mayoritariamente es una arenisca roja que permite una talla delicada de bajorrelieves, esculturas y todo tipo de acabados decorativos de una gran perfección.  Pasearse y admirar tanta belleza con detenimiento y sosiego al caer la tarde fue ciertamente un regalo a los sentidos.

La jungla: en el horizonte, las torres de Angkor Wat
Pero el recuerdo de esa jungla fluvial me perseguía.  No pude evitarlo y al día siguiente me fui de nuevo en moto hasta ese lugar para iniciar una travesía por la jungla en solitario.  Fueron tres días intensos y muy especiales en que seguí los senderos más o menos claros que encontré siempre con rumbo al sur y al este, con la intención de llegar hasta algún río o carretera que me llevara a las orillas del gran lago Tonlé Sap.  Fue una aventura que no puedo describir aquí, más apta para descripciones líricas que narrativas.  Solo diré que me perdí no pocas veces y que la comunicación con los pocos campesinos que hallé por el camino no era fácil pues ninguno de ellos hablaba lenguas occidentales y tampoco entendían muy bien qué diablos hacía yo ahí vagabundeando con una mochila por esos lares.  Pero siempre me indicaban donde había alguna aldea, casa o cabaña donde descansar y encontrar comida, que era lo importante.  Me sentí quizá perdido pero nunca desorientado, y en todo caso felizmente inmerso en la abundancia desmesurada de la jungla que me envolvía y arropaba.  Extrañamente no sentí miedo ni ansiedad, seguro como estaba que iba a un rumbo conocido aunque en el fondo no supiera cuál era ni cómo se llamaba.  

Se trataba más bien de un deambular en íntima comunicación o comunión con la maleza circundante donde lo que importaba era el hecho mismo de caminar y no el de alcanzar un destino.  Y así fue como tras cuatro largas jornadas de peregrinaje a ningún lugar, durmiendo y comiendo en chozas de aldeas, logré llegar a una aldea mayor, momento que me emocionó como si  hubiera encontrado las Minas del Rey Salomón.  Ahora que lo pienso, la película que así se llama y que tanto me emocionó en mi infancia y era quizá era subconscientemente lo que me empujaba a tan extraña empresa.  Caminé por un ancho camino hacia el sur hasta encontrar una aldea de cierto calibre.  Allí pude entender que no había ningún autobús en dirección a Phnom Penh, como yo deseaba, hasta el día siguiente quizá, que no pude entenderlo muy bien.  En la frustración de la espera surgió un imprevisto golpe de buena suerte.  Un aldeano me llevó en moto por caminos sin asfaltar hasta un embarcadero donde algún familiar o amigo, que nunca lo supe, trabajaba en las barcazas que transportan madera, carbón y otras materias.  Allí negocie con el capitán de una de ellas que me permitiría embarcarme, a condición de no tomar fotos ni dar señales de vida al exterior, ya que está rigurosamente prohibido llevar pasajeros en estas barcazas de mercancías.  Por eso mismo tampoco intercambiamos nombres ni documentos.

Vivienda tradicional de la jungla sobre pilotes 
Por diez dólares hicimos trato y fue así como tras una tarde y una noche en vela apenas asomado a la cubierta para ver las estrellas, la barcaza llegó al inmenso lago de Tonlé Sap y luego emprendió rumbo al sur avistando siempre la orilla. A la mañana siguiente llegamos felizmente al puerto fluvial de Phnom Penh, donde desembarqué medio disfrazado de camboyano y me dirigí a un café cercano donde un rato después apareció un marinero que me traía mi mochila en un carrito para no despertar sospechas.  Un final feliz a este episodio algo peliculero y no exento de intriga.


Niñas jugando a las tabas
II.  THE KILLING FIELDS

Tras el ocaso del imperio Khmer, Camboya entró en una larga etapa de decadencia y casi anonimato.  Birmania y Tailandia por el oeste, Vietnam por el este y hasta Laos por el norte cercenaron su dominio hasta los límites actuales, que son un tercio de su antiguo territorio en el apogeo de su imperio.  En 1863 los franceses se apoderaron del país, que mantuvieron en un régimen colonial sin grandes cambios ni mejoras, por lo que apenas conoció un desarrollo.  Tras la Segunda Guerra Mundial, la debilitada Francia no pudo recuperar su antiguo dominio de Indochina, y a pesar de su resistencia se vio obligada a conceder la independencia en 1953.  El monarca Sihanouk, al principio reconocido como héroe, no estuvo a la altura de las circunstancias y mantuvo siempre un comportamiento errático que sumió al país en una perenne inestabilidad, además de implicarlo en la vecina guerra del Vietnam que en los años 60 se había convertido en un conflicto internacional.  Eso posibilitó que el general Lon Nol lo derrocara en un golpe de Estado militar en 1970 con la aquiescencia de Estados Unidos que lo apoyaban como aliado del frente anticomunista en el sudeste asiático.

Mapa del plan de Pol Pot para abandonar las ciudades
y reasentar a la población por zonas rurales
La otra imagen universal de Camboya tienen que ver con la historia más reciente que vino a continuación en los años setenta y puede resumirse en un tristemente célebre nombre: Pol Pot.   Entre los déspotas criminales que el mundo ha creado en el siglo XX, ni Stalin ni Hitler ni Mao pueden llegar a compararse con este psicópata creador del mayor estado policial jamás concebido ni ejecutado.  Nacido en 1928 con el nombre de Saloth Sar, hijo de buena familia y educado en París, donde estudió y se afilió al ideario comunista, de vuelta a Camboya adoptó su famoso nombre de guerra cuando el 1963 lideró el partido comunista de Kampuchea en su lucha contra el régimen corrupto del presidente Lon Nol.  Pol Pot se hizo con el poder de su brazo armado, el ejército guerrillero Khmer Rojo, compuesto mayoritariamente de campesinos jóvenes, algunos casi niños y en buena parte analfabetos, a quienes adoctrinó en una versión  fanatizada del marxismo campesino utópico.  Tras culminar su exitosa ofensiva desde las zonas rurales con la entrada en Phnom Penh el 17 de abril de 1975, nadie podía prever ni imaginar en sus peores pesadillas su plan político. 

Centro de Detención S-21
La capital tenía entonces más de dos millones de habitantes, muchos de ellos refugiados de las zonas limítrofes de Vietnam que habían huido de los masivos bombardeos “secretos” de la aviación norteamericana (millones de bombas, más que todas las que cayeron en la Segunda Guerra Mundial).   Al día siguiente Pol Pot ordenó a la población de esta y de todas las ciudades del país el abandono masivo y sumario de sus residencias.  Las ciudades se convirtieron de repente en lugares fantasma, incluso los enfermos de los hospitales fueron desalojados a culatazos.  Millones de personas fueron obligados a iniciar largas marchas forzadas a zonas rurales para iniciar ahí su experimento de república agraria comunista idílica, donde la tecnología, el arte, la cultura, la medicina o el saber, además del dinero, quedaban eliminados de un plumazo.

Desprovistos de enseres, ropas, agua, alimentos y medicinas, y sin un rumbo fijo ni plan de reasentamiento, decenas de miles murieron en el forzado éxodo en apenas unos días.  Los exhaustos sobrevivientes no acabaron mejor: las familias fueron separadas por sexo y edad, y todos, niños incluidos, fueron obligados a trabajar en un régimen de esclavitud depauperada en la producción de arroz sin herramientas ni maquinaria de ningún tipo, de sol a sol, sin descanso dominical y con solo dos míseras raciones diarias de engrudo de arroz.  

El hambre, las plagas y el hacinamiento en barracones insalubres diezmó la población en un año.  Por si eso no fuera bastante, La paranoia del Hermano Uno, que veía enemigos en todos y cada uno de los habitantes del país, y sus adláteres se ocuparon de una feroz persecución contra todo ser humano que hubiera sido educado en cualquier oficio o profesión liberal: médicos, ingenieros, jueces y abogados, maestros o funcionarios de cualquier nivel y condición, así como mecánicos, comerciantes, vendedores, taxistas o conductores, todos eran perseguidos como representantes incorregibles del régimen burgués.  En los centenares de centros de detención repartidos por todo el país, llegaban diariamente camiones de arrestados cuyo único delito era el de no alcanzar la pureza ideológica, o más bien la ignorancia total, dictada por el líder máximo;  todos sin excepción eran sumaria y sitemáticamente juzgados y torturados ahí, para a continuación ser transportados y ejecutados en los cercanos campos de la muerte.  Nadie sabe cuántos murieron, pero la cifra del millón se queda corta, y eso en un país que entonces contaba con una población de siete millones.  Si a esos les sumamos los que perecieron por hambre, enfermedad y agotamiento surge una cifra que causa espanto y no tiene comparación en la historia moderna mundial: ¡uno de cada cuatro camboyanos murió en un período de tres años y ocho meses!   Y todo eso ocurrió sin que hubiera una guerra exterior o civil que lo justificara.  Fue un genocidio autóctono, consciente, sistemático, llevado a cabo por Pol Pot y sus khmeres rojos que dominaban el país a su antojo.

De ahí que sea obligatoria una visita al Museo del Genocidio (Tuoi Sleng Museum), más conocido como el Centro de Detención S-21.  Se trata de un antiguo centro educativo de enseñanza media, que como tantos otros fue cerrado y convertido en un centro de detención, interrogatorio y juico sumarísimo en el que miles y miles de hombre, mujeres y niños fueron sistemáticamente torturados hasta la extenuación (algunos morían ahí mismo) para que confesaran la larga y absurda lista previamente confeccionada por los interrogadores de crímenes contra Angkar, el nuevo nombre del régimen criminal camboyano, que les acarreaba ineludiblemente la pena de muerte.  Se trataba entonces de una macabra farsa teatral para condenar, maltratar y la humillar a las víctimas hasta extremos inimaginables.  El museo es hoy un apacible recinto de edificios alrededor de un patio ajardinado que rezuma paz y serenidad y cuesta creer que ahí imperó la locura asesina desatada.  

Los Campos de la muerte 
(The Killing Fields).
Monumento Central con algunas 
de los miles de calaveras 
exhumadas en el campo
Fue una gran idea sin duda convertirlo en museo donde viajeros internacionales, estudiantes o camboyanos de a pie puedan recordar ese pasado reciente.  Las explicaciones en camboyano e inglés son pertinentes y austeras.  La mayoría de las aulas están casi exentas de mobiliario pero se han añadido fotos de víctimas, recuperadas de fichas policiales o documentación interna del campo.  Las caras de algunos presos obviamente torturados o violados impresionan por la mirada perdida de dolor agónico que expresan.  Es una visita que emociona y conmociona de modo que desafía las descripciones y debe uno experimentar en carne propia.   Un simple monumento recuerda en el patio a las víctimas.  En las oficinas, un atento anciano conversa amablemente con quien quiera: se trata del único superviviente vivo, uno de los tres o cuatro entre las decenas de miles de detenidos aquí que escapó la muerte segura, gracias a que por su condición de artista Pol Pot lo necesitaba para que hiciera bustos y cuadros del gran líder (otro era el único que podía repararlas máquinas de escribir con las que se redactaban las confesiones policiales).  Su mirada amable no esconde la tristeza que le causa el haber sido testigo de tanto horror, y toda su fuerza y convicción la dedica a repetir con firmeza pero sin ira que el país debe superar esos hechos pero nunca, nunca olvidarlos. 

La visita al S-21 se complementa con otra a un lugar algo más al suroeste de la ciudad llamado Choeung Ek, más conocido como los campos de la  muerte (The Killing Fields).  Una vez condenados, los convoyes nocturnos de camiones repletos de presos maniatados y con los ojos vendados eran conducidos a este prado donde eran sistemáticamente ejecutados individualmente con golpes a la nuca de azadas, palos u otros objetos contundentes pero nunca con disparos, tanto para ahorrar balas como para evitar que los tiros delataran las ejecuciones.  La mayoría de los edificios que albergaba el campo para sus fines fueron desmantelados y el lugar es hoy un remanso de paz rodeado de campos de arroz donde uno puede pasearse y reflexionar en silencio sobre el triste destino de tanas víctimas.  En el centro a modo de monumento conmemorativo del terror Khmer fue construida una alta torre piramidal que aloja los cráneos de mujeres, hombre y niños exhumados de las 129 fosas comunes que se han excavado en las inmediaciones.
  
El museo anejo recuerda al visitante que este horrible lugar era tan solo una de las 4.973 fosas comunes documentadas en Camboya.  Confieso que tras mi larga visita a Auschwitz hace años pensé que nunca ningún lugar del mundo podría compararse como ejemplo extremo de la maldad humana, pero reconozco que la visita combinada del S-21 y los campos de la muerte es la única experiencia universal que puede asemejarse al campo de exterminio nazi.  En el largo viaje de vuelta a la ciudad por calles de denso y ruidoso tráfico uno apenas consigue distraerse por el bullicio imperante, pues el efecto conmovedor de la visita bloquea  los sentidos.  Ni oigo ni veo nada, solo pienso y lloro por dentro ante tanto inexplicable horror.

Árbol donde eran ejecutados a golpes los niños
y bebés arrancados a sus madres. 
Los visitantes cuelgan pulseras decorativas
La visita a esos dos lugares se complementa con la visión de la película inglesa The Killing Fields (en España Los gritos del silencio) es una película de 1984 dirigida por Roland Joffé que narra las peripecias de un fotógrafo y un reportero norteamericano y el ayudante camboyano de este durante los años antes, durante y después de la toma de Phnom Penh por las tropas de Pol Pot, los sufrimientos y vejaciones del reportero camboyano, testigo de horribles eventos hasta que logra fugarse del país y reunirse con su colega.  

Recuerdo cuando la vi en Estados Unidos hace treinta años, pues había causado una enorme conmoción en todo el país, pues dio a conocer al gran público tanto ahí como en Europa los terribles acontecimientos recientes de Camboya se ignoraban por completo (los pocos y débiles rumores que llegaban de la masacre habían sido prontamente desdeñados por intelectuales de izquierda como Noam Chomski como mera propaganda capitalista para denigrar la gran revolución socialista en marcha).  Junto al hostal donde me quedé en Phnom Penh hay un pequeño cine, The Flicks, que ha tenido la genial idea de programar permanentemente esta película para los viajeros, así que no pude menor de verla de nuevo esa misma tarde como colofón de las visitas a los escenarios de la masacre.  Buena idea, sin duda, pues la película, basada en la experiencia de personas reales, no ha perdido vigencia ni fuerza emotiva y dramática gracias a unas imágenes impactantes y creíbles que huyen del panfleto y el efectismo y explican muy bien el contexto político, ideológico y militar del conflicto.  Al terminar comparto unas cervezas con unos jóvenes australianos muy impactados por lo que habían visto ahí, pues como tantos de su generación apenas sabían nada de los campos de la muerte antes de su visita a Camboya.


III. CAMBOYA HOY

Centro de Phnom Penh
Visto el profundo dolor, miseria y muerte que constituye el legado del breve período de Pol Pot, uno no puede más que sorprenderse y elogiar la capacidad de los camboyanos para reconstruir su existencia como país.  Es punto menos que milagroso el que una sociedad de huérfanos haya podido resurgir de sus cenizas, porque los males de Camboya distaban de acabarse.  Pol Pot fue obligado a retirarse a las montañas Cardamon, donde reconstituyó su guerrilla lo suficiente para resistir el último asalto, ayudado siempre por China e incluso por Tailandia, receloso del poder vietnamita.  Los invasores por su parte, formaron un gobierno títere dirigido por Heng Samrin, un antiguo dirigente jemer y se establecieron como una fuerza de ocupación permanente para garantizar la paz.  Pero la sufrida población camboyana vivió una década más de caos político y nuevos enfrentamientos militares, ya que varios grupos autodenominados de liberación nacional de diverso signo compitieron y lucharon entre sí mientras la comunidad internacional presionaba por la retirada de los vietnamitas.  Gracias al giro político de Gorbachev en la Unión Soviética, que siempre antes había siempre apoyado a Vietnam, las tropas de ocupación se retiraron en 1989, intensificándose las conversaciones de paz.  Estas dieron fruto al fin en 1991 con la firma del Acuerdo de París en 1991 por las cuatro facciones.  Se dio término así a nada menos que quince años de guerra civil y diez de enfrentamiento gracias a la presencia del mayor contingente jamás reunido de Cascos Azules de la ONU.  Pero la situación distó mucho de estabilizarse a pesar del regreso del rey Sihanouk y la celebración de las primeras elecciones.  Las agudas trifulcas políticas y la corrupción generalizada continuaron y hasta empeoraron mientras la población sobrevivía por propia iniciativa y gracias a la ayuda de agencias internacionales y oenegés que acudieron en su auxilio.  Hasta los diezmados jemeres rojos amenazaban aún con continuar su guerra de guerrillas para acabar con el régimen democrático, en el que una débil coalición era sistemáticamente boicoteada por los dos partidos políticos rivales que la integraban.  

Un triste panorama.  El afianzamiento de un débil sistema solo formalmente democrático nunca fue una realidad, ya que como en la Rusia de Putin un hombre tiende a dominarlo todo.  Desde el principio sobresalió un personaje inclasificable, Hun Sen, antiguo jemer rojo y luego su enemigo, que se convirtió desde su base de líder del partido CCB en el hombre fuerte de Camboya.  Su compleja trayectoria política, que empezó como ministro del gobierno títere instalado por los invasores vietnamitas, pasó luego por su golpe de estado en 1997 y posteriormente su triunfo en las elecciones hasta el día de hoy, de modo que ha dominado la política del país por treinta años, un récord en el sudeste asiático.  Su gobierno ha sido acusado de corrupción en la venta de activos a inversores extranjeros, un proceso intensificado a partir del 2007, y en la falta de programas sociales y educativos, además de carencias claras de infraestructuras.  Por otra parte, como experto manipulador de sus seguidores, que no son pocos, muy especialmente en el mundo rural, ha sabido realzar su figura como el hombre que ha dado estabilidad por fin a un país exhausto de guerras y conflictos sin fin, y por ello ha conseguido siempre mantenerse en el poder hasta el día de hoy.  Es incierto lo que pronto será del país cuando Hun Sen deje la escena, ya que las instituciones y la administración, empezando por la policía, son notoriamente débiles, ineficaces y corruptas.  Nuevamente creo que es apto el símil con la Rusia de Putin, aunque cierto es que el camboyano ha permitido más espacio a sus opositores que el omnímodo e implacable líder ruso.

Phnom Penh es hoy una ciudad reconstruida y vibrante, sin duda pobre y con notorias carencias evidentes (la calidad de la salud pública y la educación son notoriamente deficientes), dominada por un partido único ejemplifica la corrupción reinante.  Pero el tráfico de sus calles y la construcción omnipresente de edificios de todo tipo y color atestiguan que el nivel de vida ha superado exitosamente la miseria que imperaba hace apenas unos años con niños y mendigos omnipresentes que han desaparecido en los últimos años.  Tuve ocasión de pasearme por el centro y otros barrios durante varios días, conocer a sus gentes y tomar nota de una incipiente clase media que ya no debe preocuparse por las necesidades materiales básicas.  Los mercados abundan y ofrecen una rica variedad de productos, y en las tiendas puede encontrarse una oferta creciente de productos tanto nacionales como importados donde la moneda local aún no puede competir con el potente dólar americano.  A esto sin duda han contribuido una enorme variedad de agencias internacionales, tanto gubernamentales como privadas y oenegés que han contribuido en gran manera a suplir los maestros, burócratas, médicos y demás profesionales que necesitaba el país para superar la generación perdida.  Pocas o ninguna, por cierto, españolas, pues si alguna hay no tuve la fortuna de verla.  Camboya sigue siendo un país eminentemente rural, pero el turismo y las fábricas de confección textil han dado empleo a las crecientes oleadas de campesinos que se han mudado a la ciudad.
Los hombres miran por TV desde la terraza 
de un café los populares combates de boxeo 
camboyano el sábado por la mañana

La vida en Phnom Penh busca asimismo recobrar la normalidad perdida tan abrupta y trágicamente hace muy poco tiempo.  El paseo a lo largo de la impresionante confluencia de los ríos Tonlé Sap y  Mekong, ha sido recientemente rehabilitado como paseo fluvial que atraviesa el centro de la ciudad.  Con ello este entorno ha recobrado el pulso ciudadano y en la plaza del mercado  cercano las noches del sábado se puede disfrutar de un espectáculo de música pop local en karaoke masivo mientras los puestos de comida venden todo tipo de frituras y otras especialidades locales que luego se comen sobre las grandes esteras dispuestas en el césped, bien regadas con té o cerveza.  Los visitantes internacionales de la ciudad pueden disfrutar asimismo del gran Museo Nacional de Camboya, un bello edificio de 1916 en estilo tradicional con bellísimos patios ajardinados, que contiene una excelente muestra de relieves y esculturas khmer provenientes de los templos de Angkor.  

La vida sigue y el país parece recobrar el pulso, pero es cierto que en ningún sitio encontrará el viajero esa calidez de trato que es tan general en Tailandia y Vietnam. Creo percibir algo de desconfianza, de malicia y de tristeza contenida en el ambiente general.  Quizá haga falta otra generación para superarlo.  Mientas tanto el país sigue anclado en el autoritarismo y una extraña y monarquía nominal que nadie parece entender cómo y para qué existe, dado su errático y más que cuestionable proceder durante la historia reciente del país.  Hay fábricas de multinacionales que dan empleo a mujeres, no pocas de ellas venidas de las zonas rurales más pobres, con sueldos bajos pero que al menos les permiten una cierta independencia de sus vidas.  La corrupción y el favoritismo son rampantes, la prensa encuentra pocos resortes para expresar libremente sus ideas y los grandes proyectos de infraestructuras parecen empantanados en la burocracia o en las obras eternas.  Las viejas élites que dominaban el país parecen hoy reproducirse en esos potentados que han ganado mucho dinero especulando con propiedades y empresas afines al gobierno, que ahora viajan en potentes todoterrenos negros fuertemente escoltados (otra vez como en Rusia).  Todo eso es cierto, pero al menos los ciudadanos se sienten más seguros en un país estable ya que no libre, y ciertamente fuera de la miseria lacerante que imperaba hace solo unos años, con niños harapientos en ostensible abandono pidiendo por la calle.  La violencia es cosa del pasado y al menos hoy existe el resorte de la pequeña empresa con que salir adelante y mejorar sus vidas, ideal que hasta hace bien poco tiempo los jóvenes solo encontraban en la emigración.  Cuando me despedí de Sokha en Siam Reap le pregunté qué deseaba más en la vida.  No tuvo que pensar mucho para responder: “ver a mis hijos volver de la escuela cada tarde y gocen de una buena cena en compañía de sus padres, eso que yo, huérfano a los ocho años, nunca logré ver”.

Museo Nacional de Camboya.  Patio interior 
Tras unos días en Phnom Penh dejo la ciudad y en autobús local me dirijo al sureste en dirección a Ho Chi Mingh City, la antigua Saigón.  La carretera siempre en obras permite un tráfico lento y con paradas frecuentes que invita a la reflexión. Con todos sus problemas y su atraso económico, cabe concluir que en el fondo es un milagro o una proeza que este país tan castigado por la iniquidad de una banda de ideólogos criminales haya podido sobrevivir.  

Por el camino lleno de baches me permito una última reflexión.  Camboya, como España con su guerra civil, Sudáfrica con el Apartheid, Chile, Argentina y otros tantos países de América y Africa y hasta Europa con sus recientes dictaduras, ha tenido que lidiar con el problema de su memoria histórica.  El dilema siempre es el mismo: ¿conviene olvidar, pasar página (como se hizo en la transición española y ahora se critica) en pro de construir un futuro libre de revanchas, o bien hay que hacer hincapié en la justicia e investigar mediante comisiones de la verdad los daños para resarcir a las víctimas de su dolor?  Como en tantos otros países, Camboya eligió primero el olvido, dada la penosa y precaria situación económica y política del país, a pesar de que eso supuso que antiguos dirigentes jemeres se habían reciclado impunemente como políticos de nuevo cuño.  Además el país no estaba definitivamente estabilizado, ya que Pol Pot huyó a refugiarse en la selva de donde una vez vino y allí consiguió resistir durante años, hasta morir en penosas circunstancias, ya que al final fueron sus propias tropas guerrilleras las que lo mantuvieron preso y quizá acabaran por matarlo en abril de 1998.  La política de borrón y cuenta nueva tuvo su capítulo más oscuro poco antes de la muerte de gran líder en el caso de Ien Seng, el antiguo “hermano número dos” y mano derecha de Pol Pot.  En 1996 anunció desde la jungla que había roto con su jefe y se entregaba con sus cinco mil tropas a las autoridades a cambio de un perdón que no tardó en llegar.  Aseguró en su defensa improbable que nunca tuvo nada que ver con las atrocidades del régimen (ser su vicepresidente le daba poco acceso al mando, al parecer.  Curiosamente, ¡la misma argumentación de Goehring en el juicio de Nuremberg!).  Sus crímenes fueron olvidados por la conveniencia política de su rendición, un capítulo que sin duda conocen bien en la actual Colombia, donde la rendición de las FARC se negocia en parecidos términos.

Esculturas jemer
 Pero al menos desde un principio se tuvo claro que el recuerdo de los hechos no debía perderse, de ahí que se fundaran los museos del genocidio que hemos citado.  Y el clamor popular contra esa impunidad hizo que el fin una vez estabilizado el país tras la muerte de Pol Pot y el final de la guerrilla jemer, se intensificara la presión internacional, especialmente de Kofi Anan, secretario general de la ONU, para un juicio a los antiguos dirigentes jemeres.  Se creó al fin una Corte Internacional en 2006, es decir casi treinta años después de los acontecimientos.  Hubo solo dos acusados, el general Ta Mok, que murió en prisión (curiosamente, como Milosevich algo después en la Haya), y Khang Khek Leu, el célebre Camarada Duch, creador y director de la prisión S-21, que llevaba veinte años huido y trabajaba como esmerado profesor de matemáticas en el oeste del país.  Fue él mismo quien se delató y confesó sus crímenes, quizá guiado por su reciente conversión al cristianismo evangélico.  Su declaración final a las víctimas y sus familiares parecía sincera: "Les pido perdón... sé que no pueden perdonarme, pero les pido dejarme la esperanza de que puedan", palabras que remiten a Hanna Arendt y su certera tesis sobre la banalidad del mal.  Los funcionarios diligentes como Adolf Eichmann o Duch pueden efectivamente convertirse en monstruos del mal en un estado totalitario que les instruye y apoya, pero también, una vez desaparecido ese estado, reconvertirse en ejemplares ciudadanos, pacíficos y atentos con sus vecinos que nada podían sospechar de su secreto pasado. El juicio determinó su culpabilidad y fue condenado a cadena perpetua en 2009.  Ningún otro dirigente ha sido juzgado desde entonces.  Breve y limitado, el juicio al menos sació el ansia de conocimiento y revisión de los males del pasado reciente, un acto imperativo de catarsis colectiva.

Camboya, el antiguo imperio jemer conoció la gloria; luego vino la mediocridad y la sumisión colonial a los franceses,, seguida de la guerra y la destrucción masiva.  Hoy el país se levanta y aspira solo a ser un país normal, como esa aspiración a la mediocritas aurea del poeta Horacio.  Han sido unas semanas de belleza histórica inigualable y de historias trágicas: la vida en todas sus caras y aristas.   Al final del camino junto al puesto fronterizo veo dos grandes carteles sucesivos:  Thank you for visiting Cambodia y algo más adelante Welcome to Vietnam.

Angel Delgado
Barcelona, abril de 2016

Atardecer en los campos de arroz en el noroeste de Camboya al final del invierno